"...un caracol sube arrastrandose por la orilla de un pozo de 10 metros de profundidad. Por la mañana avanza dos metros y por la noche, cuando duerme, resbala un metro. ¿cuantos dias tardará en salir del pozo?..."
-Mi maestra de primer año de primaria tratando desesperadamente de enseñarme matemáticas.
Encontré a Abraham mientras andaba yo dando vueltas en la obscuridad del cine. Me dolían los pies, me dolia la cabeza y me dolia el alma. Era un dolor sordo, como metido en los huesos. Como cuando el frio del invierno se mete hasta el alma, la transforma en sólida y podemos sentirla como si estuviera hecha de papel celofán. En aquel lugar solo había miradas recelosas, corazones desconfiados y almas con la psique fracturada. En pocas palabras en el lugar ideal para encontrar esperanza.
Lo había conocido, a decir verdad, unas semanas antes. En un encuentro fugaz. Mínimo. En esa ocasión no quise dar inicio a nada y me despedi en la calle sin la promesa de volver a verlo.A la mañana siguiente y después de haber anotado su nombre sin apellidos y su probable trabajo en algún rincon de mi cartera, lo olvidé por completo. Y no pensé en el por un tiempo. Y en cambio , como si lo mereciera, si pensé mucho en otro.
Volví a pensar en Abraham tiempo después, en un momento en que los fantasmas de mi pasado habían reclamado su investimenta de fantasmas y se mostraban en mi memoria como el recuerdo dudoso de algo que tal vez había sido un mal sueño, como una fotografía borrosa, como la sensación de escalde que queda en el paladar y la lengua después de comer algo agridulce. Pensé en el por unos minutos y sonreí. Pero inmediatamente caí en la cuenta de que el era también un futuro incierto, inexistente y de nuevo lo olvidé.
Pasaron los días, y la vuelta de las semanas. Continué con mi vida, esforzandome cada dia por la mañana en inspirar una bocanada de aire, exhalar y hacer un esfuerzo por que el proceso continuara de manera automatica el resto del día. Los días se convirtieron cada uno en una copia fotostática del dia anterior y también (cosa rara) del dia siguiente. Y entonces me concentré un poco en ser como los demás. Saludar, sonreír y comer. Actividades propias de una persona emocionalmente estable.
-Actividades fáciles de simular-.
Mi nueva vida parecía gustarle más a las personas a mi alrededor que a mi mismo. Y yo me consolaba pensando que por vez primera hacia algo que a los demás les agradaba. Sentia que empezaba a existir pero al mismo tiempo dejaba de vivir. se me consideraba una persona madura. Si es que a la madurez se le puede equiparar con no querer tener preocupaciones y no querer responsabilidades; Como son exactamente los cadáveres. Entonces me di cuenta de que no tenía que esperar mucho para poder morir, (como deseaba secretamente cada noche antes de cerrar los ojos y dormir). Por que en cierta manera, estaba muerto ya.
Entonces empecé -de nuevo- a frecuentar esos cementerios preciosos que son los lugares de ambiente y los sitios de ligue. Donde esperaba encontrar e identificarme con otros muertos por dentro, como yo. Y es cierto que había otros más. Pero no como yo. Varias veces intenté comunicarme con ellos pero sin resultados. Al parecer para ser un cadaver de verdad hay que renunciar primero a la idea plenamente conciente de ... estar vivo y muerto por dentro. Pero eso no me habia sucedido a mi todavìa. Simplemente nunca se me ocurrió que tenía que hacerlo.
Creo que los escasos girones de sentimientos que quedaban en mi, les inspiraban desconfianza o recelo. Así como a los muertos con las carnes ya putrefactas ,envidian y desprecian la carne todavía viva en los vivos. Así ellos me reuían ,por que les recordaba un poco lo que habian perdido ya.
Fué entonces cuando encontrè a Abraham de nuevo. Ahí parado en la obscuridad. Lo reconocí al instante aún entre las tinieblas del local, gracias a la luz que le emanaba por los ojos. Y es que era un resplandor raro, en el que se adivinaba curiosidad y algo de ganas de vivir. Me acerqué y no me reconoció. Pero igual aceptó mi invitación. Minutos después sentados los dos en las frías butacas del lugar. El continuaba sin recordarme. Y yo me esforzaba en regresar mentalmente a la seguridad y la calidez del calor entre el contacto con la piel con la piel del otro.
Claro, subconscientemente.
Entonces me di cuenta de que tal vez habia cometido un error. Por que recordé que el brillo de la curiosidad y de las ganas de vivir se confunden muy facilemente en la obscuridad con el resplandor del fuego quimérico y fatuo de la lujuria. Y decidí entonces olvidarle para siempre.
Entonces recordó. recordó mi ultima mirada sobre el hombro, hacia el, mientras caminaba por la calle desierta. Me recordó despidiendome de el antes de que subiera a su taxi. Y también me recordó mientras platicabamos en la calle mientras caia un torrencial aguacero, camino del cine a mi hotel. Y se acordó de mi en el cine caminando yo entre la obscuridad, y del brillo de mis ojos que reflejaban la luz en los suyos. Aquella noche unas semanas antes. Una semana después de aquella noche primera.
Cuando ya ni siquiera lo recordaba unas semanas antes. Había pedido a Dios ayuda, por otros motivos devastadores que provocaban una enorme angustia en mi. La pedía de manera honesta y sincera con el corazón en la mano. Y en aquel momento no recibí ninguna respuesta, como siempre. Y como pasa aparentemente cada minuto, a miles y miles de personas en todo el mundo. y antes de llorar totalmente derrotado, pensé que Dios era un señor muy ocupado con los demás como para hacer caso a los niños que lloran atrapados en el cuerpo de un adulto.
La estrategia del caracol es rara. Dios no puede alterar las cosas que han sucedido. No puede borrarlas. Pero si puede esconder las respuestas a las preguntas presentes entre los hechos pasados aunque parezca que no tienen relacion con el presente. Para que estemos atentos y nos sirvan como armas para enfrentar el futuro.
Ahora se que las cosas pueden pasar asi. Y entiendo que algunos detalles triviales que espontáneamente nos recuerdan cosas pasadas son puestos frente a nuestros ojos para "recordar" las respuestas.Ahora ya no esta conmigo y me siento perdido en el laberinto de mi corazón. Pero he releido mis diarios de cuando yo tenia 20 años y ahora lo entiendo muy bien. Recuerdo la inseguridad, el sentimiento de soledad,la larga adolescencia dando vueltas por los parques o los cines para descubrir el sexo, mientras mis amigos bugas se enamoraban, escribían poemas o bailaban abrazados en las fiestas del Instituto. Recuerdo tambièn las noches de echarse a la calle soñando con un príncipe azul de la misma edad, para volver de madrugada, hechos una mierda, llenos de asco y de soledad. La imposibilidad de decirle a un hombre que tiene los ojos bonitos, o una hermosa voz, porque, en vez de dar las gracias o sonreír, lo más probable es que le parta a uno la cara. Y el sentimiento de culpa cincelado en el corazòn con paciencia y sin misericordia por el padre, la madre ,los hermanos y todos a quien he conocido y querido.
Tambien recuerdo querer salir, conocer, hablar, enamorarme o lo que sea, y en vez de un café o un bar verme condenado de por vida a los locales de ambiente, las madrugadas entre cuerpos Danone empastillados, reinonas escandalosas y drag queens de vía estrecha. Tal vez la intención en la estrategia del caracol no era que naciera algo aqui y ahora. Y solo era que nos encontraramos para después, en el "momento justo", los dos nos reconocieramos.
Y ahora estoy aqui. En el centro del universo. Deseando quemar todo lo viejo hasta los cimientos. destruyendo falsos conceptos. rescatando viejos sentimientos moribundos. Desmenuzando poco a poco esta estrategia del caracol. Pensando si estoy escalando los últimos metros antes de salir a la luz, fuera del pozo. O si está por caer la noche y entonces tendré que resbalar dormido y descender unos metros hacia la obscuridad.
Mientras recuerdo su voz, siento que los girones de sentimientos que quedaban en mi, se estan encendiendo como si alguien les prendiera fuego y ese mismo fuego inflama mi carne con un confort extraño y me da ganas de seguir. Y ya no necesito una antorcha que me guíe por el camino, ahora yo mismo soy una antorcha.
Pero me siento dudar, tambalearme. Y la causa son el recuerdo de sus palabras que me hacen sentir incierto, transparente como el agua pura de un vaso. Y son solo palabras ¿o no?, palabras simples, sin chiste, tal vez ordinarias por tantas veces que las he escuchado antes. Tal vez aprendidas de alguna revista cursi, de una pelicula romantica, simplona, de alguna experiencia anterior :
" - ¿...Te quiero mucho-mucho-mucho...? ".
Estaba tan enamorado.
El Alquimista Impaciente.
Agosto de 2006.
Una de la madrugada.
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