Y entonces lo ví.
Tendria el apenas unos 18 años. Alto, delgado. Cuerpo de hombre y cara de niño. Espaldas anchas que prometen ayudar a olvidar el desencanto de la libertad (ese que deja en la boca un amargo sabor a soledad). Ojos de niño, y esa sonrisa al mismo tiempo de simpatia que de complicidad.
-¿como te llamas?
- Mario.¿y tu?.
- Alvaro.
Terror total. Garganta seca. Sudor en las manos. No saber que mas decir. Recorrer los infinitos laberintos de experiencias previas. Escoger las preguntas adecuadas, las respuestas adecuadas. Sonrisas nerviosas. Todo debe salir perfecto.
Caminamos persiguiendo nuestras sombras que se alargaban y acortaban bajo la luz de los faroles electricos del alumbrado público. Aprovechando la intimidad de las calles solitarias del centro. Caminamos como sonámbulos en busca del sueño eterno, que no nos permita despertar más al dia siguiente. Entre estatuas de héroes accidentales, árboles podados deliberadamente con formas geométricas, como para que no se nos olvide nunca que tenemos un poder efímero sobre la naturaleza.
Catarsis total. Tiene ganas de compañia esta noche. Tiene ganas de mi. Busco entre las profundidades de mi memoria y la obscuridad en mi interior la razón mil veces escuchada de boca de los demás: "esta muy joven", pienso que todas las personas que conozco me dirian en ese instante. Soy prisionero de sus opiniones, esclavo de sus anhelos no cumplidos. Me siento impulsado a decir lo que ellos dirían, a no hacer lo que ellos no harían. Para despertar mañana, con la sensación de bienestar que da el someterse a la idea de que los demás estarían orgullosos de mi.
Pero solo, y sin que a ellos les importe si lo hice o no.
Así que decido no someterme al rito ancestral de los hijos de familia. Y mi respuesta es aquella que los demás no dirían, para hacer lo que ellos no harían. Pero no dejo de pensar que a veces la soledad es un incentivo más poderoso que la lujuria.
Besos y caricias frenéticas, escudados entre las colunnas de un pasaje aledaño a la catedral. Las sombras protegen nuestro encuentro. Goce y disfrute de los cuerpos, comunión buscada, besos salados recompensa gloriosa. siento su boca buscando mi cuello, mi pecho. Sus manos fuertes apretando mi cuerpo. Mis manos buscan su espalda y aprietan sus hombros, sus brazos.Mi boca busca su cuello y lo encuentra musculoso, busca también el vello de su pecho. Mi cara siente las caricias tiernas de sus manos de bruto.Y siento entonces como el fuego se abre paso a través de mi cuerpo. Desafiando el rito eterno del goce de los cuerpos entre hombre y mujer.
Y es que detrás de la catedral está la entrada llameante a la boca del infierno.
Siento su cuerpo juntarse a mi. Siento la consistencia dura de su pasión, su goce, su voluptuosidad. La tomo en una mano y la froto. Y el me mira, suplicante y soberbio a la vez. Y con la mirada le pregunto si puedo. Y con una sonrisa tierna me responde que sí. Me arrodillo lentamente y beso su torso, su abdomen, lamo alrededor del ombligo. Desabrocho su pantalón, mi boca busca la caricia de su tierno vello y beso completamente ciego de mi, la prueba de mi pérdición.
Y entonces siento una sensación fria que corre por mi cuello. Como corre un hilillo de sudor helado por la nuca después de la madrugada. Tarde me doy cuenta de que es el filo metálico de una navaja. Y entonces escucho su voz, segura y firme, sin titubeos. Que me dice con suavidad:
- Dame la cartera, maricón...
León,Guanajuato. 04 de octubre de 1999.
Cuatro de la madrugada.
El Alquimista Impaciente.
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